Misionera

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por Merluza

Estoy en una galería de arte parada frente a una obra que a simple vista es un conejo de plástico. Del cuello le sale una soguita roja. Es uno de los personajes que decoraban las paredes del garage de mi abuelita cuando festejaron mi tercer cumpleaños. Lo contemplo durante un rato, absorta, y sigo con la mirada el recorrido de la soguita, que llega hasta un chupete que tengo en la boca.
En este pueblo me conocen como Santa Joaquina Por Verduras.
Asisto a un workshop de construcción de estufas eléctricas. Voy en el tren. Un perro me pregunta ¿por qué me sonreís? y yo le respondo porque sos muy chiquito.
Estoy en una plaza de barrio, soy parte de un grupo de ninjas. Hacia nosotrxs caminan unos cuarenta hombres armados con machetes. Me avisan que los trajes que tenemos son resistentes al filo de las armas, y que por eso cuando nos agarren nos van a dar unos machetazos muy fuertes. Me alcanzan un pasamontañas y además por las dudas me pongo una bufanda.
Soy el hada madrina de los preservativos. Tengo un vestido hecho pija y voy repartiendo a la gente que duerme en la calle unos preservativos de la farmacia del Dr. Ahorro.
Voy mal vestida a un asado en una casa que se corre cada diez minutos. Se desplaza de a varios metros en dirección a los cerros y la gente que está dentro tiene que andar arrastrando los muebles para seguirle el ritmo a la casa. Al anfitrión no le importa nada. La casa se corre y mientras unos mueven la mesa larga que sostiene el asado, otros levantan las copas y escoltamos la casa.
Me voy a vivir a otro país, anotan mi nombre en un cartón. El destino es muy parecido a un lugar entre dos edificios que ya conozco, aunque rodeado de locales de ropa cerrados, sillones y plantas tropicales. A la vuelta de un pasillo hay un baño frondoso con una ducha vidriada. Ahí me visitan varixs de mis clones. Entran a la ducha conmigo, hablo con ellxs y les toco el pelo. Fantaseo con besar a unx para ver cómo se sentiría besarme a mí.
Estoy en un videojuego, hace calor. Corro sobre tierra roja esquivando gladiadores que me tiran jabalinas. Mis herramientas son una bolsa con clavos y una llave inglesa. Golpeo a una chica en el cráneo varias veces con la llave pero en vez de morirse se hace la dormida. Aprovecho para sacarle la pistola de plástico rojo que lleva en la mano, me doy vuelta y le tiro chorros de ácido a un chico muy gordo, que adelgaza con cada disparo hasta convertirse en una travesti hermosa. Suelto el arma y le manoseo las tetas y el bulto.
Estoy debajo del puente Pacífico. Se me acerca una señora, parece perdida. Le toco el brazo para preguntarle si la puedo ayudar y se me pegan en los dedos unas miguitas de su codo. Me llevo la mano a la boca y descubro que la señora está hecha de bizcochuelo de chocolate. Me da hambre, pero pienso para mí es humana, y no hago nada. La veo alejarse balbuceando. A media cuadra un grupo de adolescentes se topa con ella y me quedo mirando cómo la agarran entre todos y se la devoran.
Mis fosas nasales son nueve tubos industriales ordenados en una trama de tres por tres. No estoy respirando bien, uno de los tubos está obstruído. Acerco un dedo al lugar y siento el problema. En uno de los tubos se me trabó un perrito.
Me estoy atando la pija a la rodilla con 20 vueltas de cinta, para salir a correr. Estoy usando el corpiño de mousepad. Prudencia: ¿salud o enfermedad?