Misionera

Lilita y Cicerón

por Macarena Balagué

En el escenario embarrado y pútrido que compone al actual oficialismo hay un personaje que se destaca por la singularidad de su discurso, que podría ser enmarcado -en un plano paralelo y bizarro- en el período de decadencia republicana y surgimiento del Imperio en la Antigua Roma. Obviamente se trata de nuestra por demás amada Elisa -o LilitaCarrió, peso pesado, crucifijo al pecho, quien al grito guerrero de “¡Corruptoooos!” se proclama salvadora de la República.
 



Este procedimiento retórico, que consiste en darle entidad de objeto, de trofeo, de reliquia en peligro a un constructo discursivo por demás subjetivo y de límites difusos como lo es la Repúblicanos remite directamente a uno de los máximos representantes de la retórica y valiente defensor del poder constituído, Marco Tulio Cicerón. Ahora nos remontamos al año 63 a.C., inmediatamente antes de la llegada del gran representante de los populares, total devastador de las costumbres y morales patricias tradicionales, el magnánimo Julio César. Cicerón, cónsul del Senado, llegó a construir su carrera política sobre la base de las acusaciones a quienes malversaban fondos, compraban sus puestos o atentaban contra el correcto y tranquilo funcionamiento del Estado. Sin embargo ahora se encuentra ante un terrible enemigo, Catilina, un conjurador, a quien -según las hábiles palabras de Marco Tulio- no le basta sólo con acabar con la disposición actual política sino que desea también -citamos- la muerte de todos los ciudadanos, la ruina y devastación de todos los templos de los dioses inmortales, de las casas de las familias, de ¡la Italia entera!. Qué muchacho extremista este Catilina, cómo le gusta quemar patrulleros, qué conspiración extraña esta que tiene como finalidad la muerte y el incendio del mundo entero. Sin embargo, en el discurso y por las gigantes habilidades retóricas del cónsul, es una enunciación válida y con mucho sentido.



Acusaciones por demás familiares hoy en día y muy cercanas a nuestro contexto más próximo. Sigamos. En la construcción del enemigo como destructor de todo lo sagrado y conocido, el gran Cicerón erige como entidad máxima a resguardar a la República, de la cual dependen vida, dioses, orden, casas no incendiadas, básicamente todo lo menester. Y en un hábil giro retórico este objeto abstracto conservador de la paz pasa a concretizarse y retratarse en la figura del mismo orador, único defensor acérrimo de lo esencial. Sin él no hay República, sin él el cosmos deviene caos: ...aquí dentro se encuentran las emboscadas, aquí dentro se encierra el peligro, aquí dentro está el enemigo; nuestra lucha es contra la lujuria, contra la locura, contra el crimen. Yo me ofrezco de jefe para esta guerra.... Es el capitán batallante que pone en peligro su vida en pos de la república -lo de todos- Cicerón, el mártir republicano: sabía que a mi muerte iba unida una gran calamidad para la patria. 
Siguiendo con este hipotético paralelismo, me parece interesante ver qué hay detrás de la destrucción que conlleva la victoria de Catilina. La historia nos lo devela como un militante cada vez más drástico del partido de los popularesDescontento con la política conservadora y elitista del Senado, proponía la cancelación de las deudas vitalicias y la ampliación de la participación de la plebe en las decisiones políticas, entre otras medidas disruptivas. En fin, el desbarrancamiento de una clase alta que tiene el monopolio económico y político y, que ante el peligro de perderlo, prende fuego al enemigo -quien discursivamente prenderá fuego a la ciudad-. Catilina es, a nivel retórico, la ruina de todo el pueblo, y a nivel pragmático -dejando de lado sus claros deseos personales de poder- quien viene a proponer una serie de cambios a favor de él. ¿Otra similitud con nuestro tiempo presente? 
Ahora nos trasladamos unos siglos más adelante, repúblicas fallidas, conspiraciones concretadas mediante, hacia la tierra del fantino, la cumbia villera y el corralito. Volvemos al crucifijo, al discurso republicano moderno, a la defensa de la institución como sinónimo de cosa y bien de todosLilita se alza como estandarte, como mártir de la República (aclaración innecesaria, una República ficticia, tendenciosa y, fiel a su espíritu romano, que limita a la condición de ciudadanos a unos pocos hijos de vecinos, dejando por fuera a la mayoría de los inadaptados que constituyen numéricamente al pueblo). Dice en su plataforma: He luchado durante más de veinte años por una nueva matriz moral, republicana ... No me importa mi destino personal; deseo y quiero ver una Argentina republicana... Esa causa, la República, tan bien descripta por el inolvidable Cicerón, me apasiona, me lleva la vida. 
Ese llevársele la vida no es mera ficción discursiva, sino que efectivamente hay una parte de su personalidad que se ha desplazado hacia el exterior en formato de muñeca. El artificio de tomar una serie de posiciones subjetivas y sesgadas, objetivizarlas y naturalizarlas en un concepto aparentemente perenne como el del Estado o la República, para luego hacerlo carne en un mártir que se pone al hombro la altruista tarea de protegerlo, tiene un nuevo e ingenioso giro aquí con nuestra sabia retórica Lilita al desplazarlo por tercera vez hacia un objeto material e inanimado que ahora tiene vida y que debe ser cuidado y resguardado -redoble de tambores-: la infantísima Republiquita. Su mamá, ex reina de belleza chaqueña, ahora devenida diputada y eterna luchadora democrática, la lleva a conocer el Congreso, le hace colecho, la arropa en la camita.



El espacio elegido por Carrió es Twitter, desde donde da vida a esta ficción que oscila entre el delirio esquizofrénico y una visión de la política y los medios quizás demasiado adelantada -o atrasada- para la demasiado literal percepción de la época -o para cualquier individuo pensante-. En las fotos la Republiquita pasea, recorre el país, duerme la siesta a la sombra de un ceibo, llora, tiene hambre, pide teta. Recién nacida, bebé vulnerable, bebé vulnerada, bebé indefensa. Republiquita muñeco de plástico, objeto inanimado, juguete hecho en China. 
¿Es entonces un bien preciado e incalculable, primerísima prioridad, indefensa bebota incontinente? ¿O es un producto en serie, desechable, plástico de mala calidad, ropitas desteñidas, pañal sucio? ¿Quién la cuida y qué pasa si no le damos la mamadera?. Una vez más, el discurso crea, engaña, maquilla y amamanta una realidad donde un héroe -un hombre, una mujer, un partido- salva a una masa pasiva, inocente, demasiado confiada, indefensa.
Demás está decir que, en mi opinión, un abismo separa al gran Cicerón de nuestra delirante Lilita, representante de la decadencia del discurso de derecha, discurso vacío, contradictorio y, sobre todo -pero no sólo- en el caso de Carrió, a veces absurdo, patético y, en lo personal, suscitador de vergüenza ajena. Sin embargo, creo interesante poder reconocer cómo un artificio retórico, más o menos bien estructurado, y llevado al máximo hasta generar un bebé-discurso, puede ser tan efectivo como para que hoy en día refleje, a grandes rasgos, la posición oficialista que sigue liderando, por ahora, elecciones. Dejo para otra ocasión el análisis de los conocimientos del Sr. Presidente sobre conjugaciones de verbos irregulares o formación de palabras.