Misionera

Limbo

por Lil Squirt

‘A veces la frontera entre el arte y la mendicidad es difícil de diferenciar’
Proverbio suizo

 

El espacio público es el escenario, el medio, la herramienta, el último y poderoso estrato donde tanto artistas como mendigos imantados al abismo se encuentran con las más inquietantes fluctuaciones de la naturaleza humana. 

En la Suiza, la tierra de la eficiencia y la voluntad, el espacio público está regularizado de una manera muy estricta. La planificación del espacio es una tarea estatal. Se procura el uso racional del suelo autorizado y la ocupación ordenada del territorio. Régimen que se refleja incluso en el temperamento diario del ciudadano promedio, en la idiosincrasia de un país que siempre se declaró neutral.
Los músicos callejeros o strassenkünstlers, por ejemplo pueden circular únicamente por las zonas asignadas, haciendo repertorios de veinte minutos para después desplazarse hacia otro punto donde realizarán quizás otro nuevo repertorio. 
También la industria cultural está organizada por ciudades un poco más, un poco menos bohemias, con sus respectivos sistemas de museos, ferias, festivales y galerías.
Para algunos ciudadanos suizos la música callejera constituye una agresión, para otros una diversión, un placer. Mendigos-refugiados-hombresdelabolsa-fisuras-vagabundos pueden hacerse pasar por artistas y deben diferenciarse. Es por eso que se incentiva el acceso a un permiso de artista para poder ejecutar cualquier tipo de performance.

Me resulta asfixiante que el Estado regule tan explicitamente la vida por fuera del capitalismo. También me resulta impensable un verano tan escrupuloso sin que el viento menee en las palmeras trayendo consigo alguna melodía de Mario Luis o que los vidrios de la casa no vibren con los bajos de un auto que pasa escuchando reggaeton a decibeles seminales fantásticos penetrando de lleno mi espacio personal. 

Para mi el arte está atravesando una ambigüedad estructural medio insostenible. ¿Realmente el artista es funcional al sistema? Nein, es simplemente un obrero sin salario sediento de capital simbólico. O no, más bien es otra paloma ocupando el último estrato de la sociedad, recogiendo los pedacitos de pan que tiran instituciones, becas, premios, programas de artistas, etc. ¿o no?
La oferta curatorial es una garompa. Los artistas ya no son una amenaza, simplemente les es imposible fagocitar el esqueleto institucional sin pensar la vida por fuera del sistema liberal. Es inútil. 
‘Conectar a Buenos Aires con el mundo del arte global’ le constó a la actual gestión argentina alrededor de 2,1 millones de dólares. LOL
Los artistas ´relevantes’ parte del sistema del arte contemporáneo quizás tengan que dejar de atender a Pasta Basel Cities y juntarse como las maravillosas palomas infecciosas que podrían llegar a ser. ¿O es que el arte hoy sería sólo una forma más decorosa de mendigar? 

En Argentina ya existen proyectos que desarrollan la forma de penalizar el uso del espacio público y un instructivo de desaliento al arte callejero.
Para el diputado Javier Andrade (FpV), esa posible modificación del código contravencional ‘es mucho más abarcativa, e incluye los ruidos molestos en el espacio público. Van contra las peñas en plazas y parques, expresiones políticas y culturales en la vía pública’.

En un mundo donde la adoración a la propiedad privada es la norma por excelencia, me resulta mucho más interesante la ocupación del espacio público como valor, como un último acto de sublevación, como lugar a explorar, como medio y como tema a abordar.
Es justamente en el terreno público donde las luchas ganadas se reflejan, se redireccionan y se organizan. Donde las ideas pasan a un plano colectivo de fácil acceso y quizás así la noción de toma y de lo que puede representar la calle pueda finalmente alejarse de la metáfora horrible de los sillones mullidos de concreto en microcentro. 

Tanto en la Suiza como en Argentina, cualquiera sea su talento, los artistas callejeros nos conceden la ocasión de verlos y escucharlos, poder hacer una parada mental mientras vagamos entre las líneas punteadas de nuestros pensamientos insurrectos.
Aquí, vemos cada vez más gente viviendo la ciudad, literalmente. El paisaje es extraño y excitante. Artistas callejeros y mendigos proliferan, se multiplican como kéfir en una botella cerrada que promete explotar en el momento más incómodo posible.

En el paisaje de mi corazón, un terreno fiscal del cual nunca seré dueña. Puedo vislumbrar las ondas del deslizamiento cultural, como huellas dactilares en el agua, miles de micro-onditas perfectamente programadas parte de un videoclip en mi mente. Más asimilable, un Kimio Eto intravenosa, unas Les Filles de Illighadad, una Akemi Ishii. Dejar de esconder el cuerpo. Ver a los turcos pelear con los cisnes y gansos salvajes. Ver el viento footworkear sobre el agua. 

Ya sería momento de que la ternura sea un nuevo status de militancia. Afilar las uñas, poner límite a la infinitud. Más baile en la calle y menos bruxismo cultural. Crezcan las ideas como líquenes silenciosos, subjetivas, fans de los memes, internet, de la horizontalidad y el conocimiento inútil; o con una densidad incontrolable, como con la fuerza de un átomo al dividirse. El arte no es delito pero quizás sí debería serlo.