Misionera

Fake o no fake

por Cecila Closa

"El delirio en esta época es tomar conciencia,
hagamos una cita1 y yo llevo la cabeza puesta."


Victoria Mil


 

En mi casa veo más de una cucaracha por día, de las grandes. Desde que empezó el verano, cada vez que encuentro una, primero pienso que es de plástico y que alguien de mi familia me la plantó en broma.
 

Últimamente, me enloquece pensar en la velocidad con la que la desinformación se propaga online y encuentra una audiencia. El contenido que apela a las emociones se viraliza mucho más que el que no lo hace. Las masas parecen demandar falacias. También me da ansiedad pensar en los intereses políticos y económicos de los medios, y sobre todo, en las formas resbaladizas de procesar la información que tenemos los humanos.

Según Internet, desde los años 70 se estudia un fenómeno llamado efecto de ilusión de verdad, que se fundamenta en el hecho de que somos más propensos a tomar por cierto lo que ya leímos o escuchamos anteriormente, más allá de su veracidad.

1En un experimento, se le solicitó a los participantes que leyeran sesenta enunciados plausibles cada dos semanas, y que los calificaran basándose en su validez. Los resultados revelaron que los participantes se mostraban más inclinados a calificar como verdaderos los enunciados que ya habían leído previamente, incluso en los casos en los que no recordaban conscientemente haberlos leído.

Es decir, cuantas más veces nos topemos con una bad information, más probabilidades hay de que la demos por cierta. Aunque tengamos presente que lo que nos resulta familiar no es necesariamente cierto, e incluso sabiendo mucho sobre un tema particular, podemos caer en el efecto.
 

Cues­ta re­co­no­cer las fake news por­que ostentan una apariencia engañosa, como los insectos de plástico. Manipulando el lenguaje, obran so­bre nuestros conocimientos, pre­jui­cios, expectativas, miedos e ideas, que además compartimos en buena medida con nuestro grupo social. Hoy en día, por ejemplo, es casi imposible saber si es bueno o malo tomar leche de vaca, o siquiera detectar de dónde salieron nuestras ganas de alimentarnos saludablemente. Una vez alojadas en la mente, las fake news, como rumores, se convierten en moneda líquida para el intercambio de ideas y, magnificado su impacto por el uso de las redes sociales, terminan siendo un elemento político significativo que construye la identidad colectiva.
 

A veces, la información que consumimos es lisa y llanamente falsa, pero está en la portada de un medio confiable, bien escrita, con argumentos e impacto emotivo. Otras veces, es el recorte malintencionado de hechos 100% reales. Pero lo más insólito es que buena parte de los consumidores parece ignorar la diferencia entre ambas, quizás por ineptitud o por decisión personal. En el cibermundo, existen personajes que likean, comentan y comparten noticias alevosamente falsas, sin cuestionarse adrede su factibilidad o el recorte que se hizo de los hechos. Muchas fake news no están hechas tanto para persuadir o instalar mentiras como verdades, sino para que quienes las comparten puedan alimentar su goce, señalar su astucia y reforzar su pertenencia a un lado o al otro de la realidad polarizada, alias la grieta.
 

Hace unos meses, apareció en las redes un video de la gobernadora bonaerense hablando por teléfono en tono franco y sobreactuado con una vecina de City Bell. En un momento de la edición, la taza que tenía delante suyo se convirtió en otra, y a minutos de publicado el video aparecieron los primeros comentarios, que luego fueron miles, sobre el imperdonable error de continuidad de la taza. Era como si el hecho de que todos supiéramos que los típicos videos de timbreos y charlas con los vecinos son recontra puestas en escena, no importara. El problema grave acá era haberlo dejado tan pero tan en evidencia, con esa taza, que ahora no quedaba otra que bajarse del pegaso de la negación y enfrentar la realidad más dura: la gobernadora nos miente.

Atravesando un portal chiquito, otro caso: en medio de la repercusión por la denuncia de Thelma Fardin hacia Juan Darthés, su media hermana decidió salir a dar su propio testimonio: “Yo estoy segura de que Darthés no la violó.” Y ya. A todas las personas a las que la idea de que un hombre trabajador, exitoso, amable, lindo físicamente y padre de familia (!) pudiera violar a una nena, les parecía directamente inverosímil, les resultó perfecto el apaciguador que les regaló la media hermana. Lo que elegían creer era lo que necesitaban escuchar.

Cuando pienso en estos raros mecanismos de defensa, se me viene a la mente este meme
 


usado insistentemente por una calaña de usuarios de Twitter como respuesta a cualquier tuit que según su mente no cumpla con sus estándares de verosimilitud. O sea, cualquier anécdota o afirmación que no cuadre con su realidad impermeable, como si hubiera algo de peligroso en lo extraordinario (y alguien pudiera cancelarlo con un meme).
 

Como dice una Misionera: “con un poco de duende y un poco de marco teórico no llegás a esas cosas, pero al duende hay que dejarlo entrar”.