Misionera

La música es otra cosa

por Melisa Rheingrüber

Es divertido cómo los productos terminan incorporando las crisis en sus formas: la agenda nueva tiene una sección destinada a la organización de gastos. Me parece gracioso: no lo necesito. Las artes del cálculo se dominan como los caballos, manejo mis propias cuentas, hice equitación; en el lugar más barato pero con caballos reales, en fin. La libertad de zona sur al fondo, vestirse ridículamente. Si alguna vez me quedaba con ganas de seguir montando me dejaba las botas de caña altísima y corría por el campo hípico sobre una yegua imaginaria. Centella, Talismán, Furia, Minerva, Gataparda, 1813, yeguas imaginarias con algún nombre medio pelotudo, de esos que usan los de la clase alta cuando no se gastan en esconder su falta de creatividad.

En el banco me quedan treinta dólares y es imposible sacarlos de ahí. Hay un exceso de estética que detiene el tiempo o lo acelera, no por nada es el Banco Francés. Todo al pedo. Voy un rato y me quedo leyendo mientras espero. Leo algo liviano para pasar el tiempo porque la teoría del arte me inquieta. Mi número nunca llega. Los empleados están bronceados, se sienten cancherísimos en pantalones de lino y zapatillas. Cuentan billetes todo el día, sonríen despreocupados; los imagino en las galerías sosteniendo una copa de vino picado, hablando del jurado de algún premio, bajando la voz eventualmente para comentar algún chisme malicioso. En mi mente encaja perfecto. Mi número no va a llegar... con lo que me gusta contar billetes ahora... Esos dólares se van a quedar ahí, cocinándose a fuego lento, subiendo de precio, alegrándole la vida a la esposa de algún político en las Bahamas. Finjo una indignación total, resoplo, relincho. Me siento una yegua campeona sin acceso a mi caja de ahorro, me imagino sin estribos, salgo galopando, abandono el aroma a trámite insufrible.

No se si me estoy iluminando súbitamente o estoy medio pelotuda. Me mimetizo con microcentro, me doblo hacia adentro como un billete, necesito una milanesa. Una milanesa: algo que me conecte con una realidad anterior a la teoría del arte. Qué tragedia esa, no sé cuándo comenzó, 2008 calculo. En realidad fue antes.

Me llega un mensaje que dice no soy solamente un instrumento para coger. Pienso en los caballos, nunca les ví la pija, quizás sólo monté yeguas. Me causa gracia el mensaje pero me siento mal, el feminismo lucha por un mundo más amoroso pero a su vez tengo mucha hambre. Los músicos están en otra, no los puedo culpar, ni por los dólares ni por la teoría del arte ni por la esposa del político en las Bahamas. Respondo con amor: vení cuando quieras pero cociname una milanesa.

Me hago la boluda porque me sale bárbaro, hablamos de residencias en Japón, en Portugal, de su pasaporte europeo. ¿Te acordás cuando éramos hippies? Se ríe de mis zapatos en punta, la palabra curaduría lo excita. A mí no. Dice que ahora quiere ser artista sonoro. Los músicos están en otra, pero hay que ganarse el pan, cabalgar la materialidad, tranzar con los coleccionistas, vender alguna cosita. No los puedo culpar. Cogemos varias veces y quiero que se vaya. Quiero sacar los 30 dólares del banco o hacer que lea algo al menos, arrastrarlo a la tragedia de la teoría, que sepa qué es una fuga, no sé. A las de Bach me refiero, quiero que se fugue y que se vaya.

Pasé varias noches con un rollo de papel al lado que eran transcripciones de unas cartas entre Cage y Boulez. Las cartas no decían mucho, homosexualidad reprimida más que nada, pero me gustaba sentirlas ahí. Me gustaba verlo sonreír dormido e imaginar una correspondencia matemática entre su hombro y mis dedos, imaginar que cada vez que le chupaba la pija en algún universo paralelo estaban descubriendo la proporción áurea, que si la luz nos daba en la cara una mañana un duende en otro espacio tiempo lograba entender el concepto de número irracional.

Los lenguajes al comienzo son un poco así, no se entiende nada, como la notación gregoriana: una reverenda cagada. Ya en el año 380 el Cristianismo lidiaba con el temita de la música en conexión con la oración, San Agustín, la elevación espiritual, hippies con marco teórico. Algo parecido a la astrología pero sin ningún fin, imposible de vender, de meter en la caja de ahorro.

La música no está para expresar sentimientos sino para expresar música. Y ahí todo empieza a ser una cuestión de fe o de economía, te iluminás o te volvés un pelotudo. El instrumento es como un caballo pero la música es otra cosa y de eso no se la puede culpar.