Misionera

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por Mara Pedrazzoli

Sufro de una cobardía inaudita, estoy delante de la pantalla de la televisión y no entiendo del todo lo que veo. Es un enfrentamiento, de un lado están los movimientos sociales (que son partidos políticos a su manera) y del otro los gendarmes que usan cascos, pantalones y pecheras a estrenar. Se tiran cascotes, hay enfrentamientos cuerpo a cuerpo. Es una locura la bronca que hay en este país, es la grieta que sintió el kirchnerismo cuando (no supo cómo pero) quiso ir más lejos y subir las retenciones a la renta agraria.
Yo no creo en el sentido común, ni en la verdad absoluta de los que tienen el poder, ni en el sano juicio. Tampoco dudo, armo mis razonamientos y sufro las primeras heridas de la comprensión. Entonces me aislo mucho y parece que tengo un problema mental; ayer por ejemplo no me animé a pisar un grupo de hojas secas en la vereda y me desvié varios pasos para pasarles por al lado, dos señoras me miraron. 
Cuando se duda por mucho tiempo, a mi entender, se cae en dos posturas filosóficas y psicológicas: una lleva a la inacción –escuela: escepticismo- porque todo da absolutamente lo mismo –estamos deprimidos-, la otra lleva a avanzar como un caballo de carrera sin mirar a los costados –escuela: estoicismo- y muy de prisa -estamos ansiosos. Son dos caras de una misma moneda. 
En el fondo, más que las comprensiones lo que me gustan son las historias, las anécdotas, y también el modo en que están contadas. Eso lo entendí esta semana que aprendí de un libro algunas diferencias entre el cuento tradicional y el cuento moderno. El cuento tradicional tiene historias y el moderno carga psicológica. 
Cuando escribo pienso en quién va a leer mis cosas, soy comprensiva con el interlocutor pero también prejuiciosa. Me pasa con los artistas que imagino tienen mentes abiertas y comprensivas pero no siempre es así. Son arquetipos que arma uno, falacias, y eso un poco lo aprendí leyendo el Manifiesto Suprematista en un colectivo y con mucho interés. Había visto unos arlequines que había hecho Malevich para una obra de teatro en la época de la Unión Soviética: había un granjero, un electricista, un carpintero. El Manifiesto decía que uno no puede conocer a otra persona si se presenta desde la máscara, como granjero, un empresario o un artista.. que del verdadero rostro así no se sabe nada. Hablaban de la sensibilidad pura. Después Lacan dijo que eso es un estado inconciente –y que mejor trabajar con ello a directamente pintarlo o hacerlo poesía. Necesitamos tanto de la máscara como de la pureza, de la conciencia como de la inconciencia.
Vivir entre la ansiedad y la depresión, la razón y el desvarío. 
Después todo se lo lleva el capital y las vanguardias fracasan. Los suprematistas representaban la sensibilidad pura como un cuadrado negro sobre un fondo blanco. Una vez ví una muestra de Martín Legón con dos piletones con tinta negra sobre un fondo blanco, quedé impresionada, también había un busto de Rucci. Después ví imágenes de una muestra similar en Rosario y me pareció increíble. Esta semana ví esos piletones como un decorado de un estudio de televisión de TN. El estudio de un canal es como el gran basurero de las obras de arte.